La adolescencia es un proceso vital de carácter transitorio, y como todo lo transitorio, supone época de cambios y de convivencia de varias realidades distintas por las cuales hay que pasar, pero también “lidiar” en el sentido de que no terminamos de acostumbrarnos ni a una ni a otra.
Dentro de la familia, la adolescencia se vive por otra parte desde dos perspectivas bien distintas: la del propio adolescente, que siente que su posición dentro de la familia ha cambiado y que por tanto merece un tratamiento distinto dentro del núcleo (desde dejar de ser considerado como el pequeño de la casa hasta peticiones propias de la edad como un horario más acorde a sus nuevas aficiones, entradas y salidas etc.) y la de los padres, que sienten como cada vez la madurez de sus “pequeños” los desplazan a un segundo plano y niegan la nueva realidad en todo lo posible.
Estos procesos son totalmente lógicos y razonables desde una perspectiva y otra, pero una incorrecta asimilación de estas realidades puede llevar a conflicto, que se puede evitar con soluciones de terapia Familiar.
Un entendimiento por partes y por ambas partes
El primer paso que se debe dar para entender y afrontar la adolescencia es el de entender que se trata de un periodo natural y de cambio progresivo. Por tanto, ni se debe “luchar” en contra de él, ni se debe alcanzar en cuestión de días.
Para conseguir ambos objetivos y alcanzar una transición “limpia”, una correcta, fluida y constante comunicación es vital. Comunicación para que padres entiendan por lo que están pasando sus hijos y por tanto puedan ayudarles y respaldarles, y comunicación para que el adolescente no desplace a sus padres y estos se sientan como lo que son: una pieza fundamental y guía vital en la educación y en el desarrollo de los valores de sus hijos.
La perspectiva y la empatía como remedio
Cuando pueda existir conflicto (la adolescencia por otra parte nunca se debe tratar o imaginar como algo problemático), la solución a todo planteamiento pasa por ser capaces de tener la perspectiva de la otra parte y empatizar con las razones que llevan a ambos a actuar de una manera u otra. Nunca debemos cerrarnos a premisas basándonos en los hechos, sino ir más allá.
De esta forma, podemos abordar estas situaciones comunes como ejemplo de las siguientes maneras:
- Mis padres no me entienden à mis padres me tienen en consideración, por eso no me dan de entrada lo que quiero sin pensar antes en sus consecuencias.
- Mi hijo va a su aire à mi hijo quiere buscar su lugar en el mundo, por eso necesita un poco de espacio y autonomía.
En ambos ejemplos, si en vez de cerrarnos en banda y quedarnos en la primera premisa, partimos de la segunda, podremos iniciar una comunicación/negociación de la situación por la cual se llegue a una tercera premisa en la cual haya un total entendimiento.
Para ello, la perspectiva y el ponerse en la piel del otro es vital, y es cuando no se consigue estos dos puntos cuando debemos acudir a la ayuda de una tercera persona que, con la visualización del caso desde fuera y con la visión que otorga la experiencia, pueda llevar a ambos a un punto adecuado de partida para abordar estos conflictos como resultan las segundas premisas planteadas.