De la Rosa dice que con frecuencia hacen campañas para financiar las cirugías de las víctimas. Denny pudo pagar la operación con sus ahorros, pero el dinero no es lo que más le preocupa de momento. Acostada boca abajo en su cama después de la cirugía, ella sabe que la recuperación será de tres semanas, pero que la cicatriz será de por vida. También es consciente de que la silicona puede volver a causar estragos en el futuro. No obstante, espera que al menos su trágica experiencia sirva de ejemplo a otras mujeres que piensan en inyectarse, y les ayude a aprender a aceptar sus cuerpos tal y como son.
En cambio, hubo 4379 menos infartos y 529 muertes por hiperglucemia en los diabéticos. El equipo señala que el aumento de la prevalencia de la diabetes y el envejecimiento de la generación de baby-boomers sugiere que las complicaciones diabéticas “probablemente sigan creciendo en las próximas décadas”.
Aun así, mientras la población adulta de Estados Unidos creció un 27 por ciento entre 1990 y el 2010, la cantidad de adultos con diabetes diagnosticada se triplicó de 6,5 a 20,7 millones, según publican los autores en New England Journal of Medicine.
La cantidad de infartos, ACV y amputaciones de las extremidades en los no diabéticos también disminuyó, pero no tanto como en la población con diabetes. Esa reducción en los pacientes con diabetes comenzó en 1995.
El motivo por el cual el gobierno prohibió las inyecciones de biopolímeros se debe en parte al trabajo de esta asociación. Pero De la Rosa cree que eso no es suficiente.
Intervención quirúrgica
La operación para tratar los efectos secundarios cuesta más de US$9.000. Esta activista asegura que aún recibe todas las semanas llamadas de mujeres que se han inyectado, a pesar de que ahora es ilegal.
“No es una cuestión de género o de clase social. Hombres y mujeres lo hacen, y son políticos, actores… quienes lo han hecho”, asegura. “¿Dónde está la ayuda para nosotros?”.